Todos los días entras en el mismo bar, coges el mismo periódico y lo abres por la sección de deportes mientras le pides al camarero tu habitual café con leche, no muy cargado, ya que por las mañanas te sienta mal, te excusas con una sonrisa. Y yo te observo desde el otro lado del cristal con fascinación. Tanteo las posibilidades de que tengo hoy de acercarme a ti y saludarte. Quizá podría pedirte el periódico… pero se que no lo voy ha hacer. Para que engañarnos? Soy demasiado orgullosa. La misma orgullosa que nunca se acercara a ti y te dirá lo que siente por miedo a la decepción. Y, como cada día, después de torturarme un rato, me dirijo a una mesa y llamo al camarero.
En cambio hoy me siento melancólica y hago una estupidez. Pido lo mismo que tú. Total, es lo único que vamos a compartir después de todo. Pero cuando el camarero vuelve veo que no me a traído lo que le he pedido. Me giro y le llamo. No me escucha. Grito su nombre molesta. La gente se gira curiosa para cotillear, pero aun así el camarero sigue sin oírme. Definitivamente pasa de mí.
Entonces, cuando me levanto cabreada y me dirijo a la barra dispuesta a tirarle el café en toda la cara, te levantas inesperadamente y chocamos. Y al final, el café acaba chorreando en tu cabeza y no en la del camarero.
“Oh! Lo siento, de verdad” te tiendo la mano para ayudar a levantarte “Podrías ir con mas cuidado, esto quema, sabes?” “Encima? Es culpa tuya por girarte sin mirar si hay alguien” suelto la mano de la que estabas cogido haciendo que vuelvas a caerte de culo. “Auu… si, eso es lo que dicen todas” te levantas de un salto y me mandas una mirada asesina, no sin antes evaluarme de arriba abajo. “¿Y que hacen todas ahora?” pregunto divertida. “Me limpian y dejan que las invite a cenar” cambias tu mal humor por un típico pose seductor. “Que pena que no sea como todas”. Antes de que puedas comprender lo que te he dicho, me voy, dejándote ahí solo y mojado. Pero tú, sin pensártelo dos veces, me sigues curioso. Yo esbozo una sonrisa en mi interior.
Y así empieza nuestra amistad. Una amistad en la que yo te fastidiare siempre que pueda. Día tras día. Mes tras mes. Cada vez un poco más, como intentado probar donde llega tu paciencia. Hasta que llegara el día que me darás todo lo que te pido. Pero yo no te daré las gracias. En cambio buscare otra cosa con la que poder seguir molestándote. No recibirás ninguna palabra cariñosa que diga cuanto me importas o todo lo que daría por no perderte nunca. Pero tú ya lo sabes. Conoces mi mayor defecto. Y aun así, sigues ahí. Esperándome sin perder la esperanza.
Y cuando menos te lo esperes, recibirás tu recompensa.
“Gracias”
En ese momento, te miro en silencio mientras duermes y me alegro de haber echo aquella estupidez. Porque aveces las cosas más insignificantes te pueden cambiar la vida.